Thursday, July 4, 2019

4 de julio

2002. Era un jueves. Tenía 18 años.

Presentaba el penúltimo de mis exámenes finales de la preparatoria. Tenía que estudiar hasta quemarme las pestañas con el de ciencias de la salud que presentaría al día siguiente. Estaba a nada de terminar una etapa estudiantil más sin rumbo sin decisión sobre mi futuro, sin planes, sin fichas de admisión para las universidades.

Ese día llovió en la Laguna (lo recuerdo bien, porque en mi trayecto de regreso a casa estaba aterrorizada de que mi falda de lana a cuadros se mojara y se encogiera y alguien hizo una broma muy pesada al respecto sobre mojarla a propósito, para ver si sucedía).

Hice un trayecto de ida que se me hizo eterno hacia mis destino. Me planté fuera de una casa, toqué la puerta, no obtuve respuesta... siempre he sido muy resuelta de cumplir mis amenazas, más que mis promesas. Estaba por marcharme, derrotada, un tanto frustrada y pensé: no sucederá hoy... y de repente, la puerta se abrió.

Ese día, con plena consciencia de mis decisiones (y hacerle frente a todas sus posibles consecuencias) me levanté con la firme convicción de dejar mi primera piedra a un lado del camino, una que venía cargando y que, si bien, antes no me molestaba, me percaté de que no la quería seguir cargando hacia mis planes del futuro, los cuales ni siquiera había elaborado, pero estaba muy segura de no querer llevarla más, ni conmigo, ni para mi.

Me vestí con ropa que me hacía sentirme firme y fuerte ante la decisión de soltar esa enorme roca moral y tabú que no quería arrastrar más. Y me dispuse a ir a lanzarla de un barranco, en sentido figurado, muy lejos de mi haber. Y lo logré. Con la colaboración activa de una persona, a quien, le conté mis planes, y me dijo "es una gran decisión"; recuerdo que preguntó "y, ¿por qué yo?" y contesté "porque si alguien va a ayudarme en esto, necesito que no me juzgue por mi decisión, porque, no cualquiera te apoya en tus momentos cruciales aún sabiendo que es una herramienta para alcanzar un fin".

Y después de un par de horas, volví a casa, libre de esa carga: mental, moral y físicamente hablando yo me sentía genial. Haciendo el mismo traslado que me pareció eterno y hermoso al mismo tiempo, muy gratificante.

Una sonrisa iluminaba mis rostro la mañana siguiente. No recuerdo haber estudiado mucho para el examen antes de haberme ido a dormir, sin embargo, fue el más alto que califiqué de todas las materias que tuve ese semestre.

Era una nueva versión de mi. Que se reconoció victoriosa de su decisión y, sin resultados adversos, se sentía enorme de haberse tragado al mundo entero, y poder sentirlo dentro de su garganta.

Más ligera.
Más despreocupada.
Más libre.
Más atrabancada.
17 años han pasado...

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