Hace unos 15 años tuve una racha de pérdida de peso post-truene terrible; de ser talla 9 de jeans (sin stretch) a ser talla 0 en cuestión de menos de dos meses. pesaba 45 kg. Después 43kg. Ocurrió durante el verano de 2004.
Nancy solía estar preocupada porque insistía en que de seguro había dejado de comer debido a la tristeza, cuando en realidad, estaba en una crisis de ansiedad permanente, comiendo en cada oportunidad que tenía, y en las cantidades descomunales que suelo hacerlo. Trataba de pasar la mayor parte de mi tiempo fuera de casa, lejos de la escuela, y siempre, comiendo para estar haciendo algo.
Empecé a estancarme en talla 3 alrededor de agosto o septiembre del mismo año... Lo primero que me sacó de onda fue tener que conseguir ropa nueva, a pesar del poco presupuesto estudiantil con el que tenía que malabarear en esa época, la poderosa ropa de la fayuca me salvó. En segunda, ver como lo que quedaba de mi (en mi) era a alguien a quien yo no reconocía. Acostumbrarme a ver a mi nuevo yo fue complicado. Aparte odiaba no encontrar cosas de mi nueva talla. Y de cosas que me gustaran ni hablemos... siempre he sido flaca, pero antes de eso, yo consideraba que para mis 45 kg, tenía algo de forma, no era de esas flacas planas (al menos, no del trasero).
Permanecí estática en esa talla (fluctuando, según materiales y cortes) entre talla 1 y 3 americanas, a veces 0R, a veces el mismo 3 me quedaba enorme. Nuevamente volví al 0 cuando me dio tifoidea una semana antes de cumplir 25 años (en marzo de 2009); duré un par de meses así hasta que de plano me recuperé, y vino también un aumento de peso: de haber llegado nuevamente a los 43 kg, subí a 48 kg, y luego a 50 kg. Seguía manteniendo de nuevo talla 3, a pesar de salir a patinar los dominos en la vía recreactiva.
Trataba de sacarle jugo a mi nueva anatomía, experimenté mucho haciendo fotos caseras.
Entre 2010 y 2011 tuve tifoidea nuevamente, y luego brucelosis; permanecí en talla y peso después de algunos meses de salir y entrar en ambas enfermedades con sus respectivas recaídas. Fue una época de mucho desgaste calórico, emocional, corporal, laboral... entré nuevamente en depresión en 2011 y decidí abandonar la cocina por voluntad propia. Como ya estaba acostumbrada a que de repente la ropa me dejara de quedar, me hice de la costumbre en ese periodo de usar todos los vestidos y faldas disponibles en el guardarropa. No comía porque a veces no tenía ganas. Después del desempleo, a veces ni comer me levantaba el ánimo; estaba muy agotada en muchos aspectos. Durante el periodo de recuperación de la operación de los ojos, estuve muy ida respecto al tema de la comida, de preocuparme por como me veía. Simplemente no me interesaba.
2012: 52 kg. Ya tenía empleo entonces, tenía ganas de volver a cocinar, tenía otras cosas en la cabeza como objetivo. Me alejé de ciertas personas que era necesario purgar del sórdido 2011, me acerqué a otras que habían estado vagando por allí, en la distancia, intermitentes, desde hacía muchos años; nuestro lazo se hizo más profundo y fuerte. Empecé a coquetearle a la vida, y en 2013, me largué a Cancún, aún sintiéndome la flaca más feliz del planeta.
En 2014 comencé a practicar roller derby; pensé que eso no me iba a afectar, dado el ritmo de trabajo que debía cubrir y ausentarme obligatoriamente de la práctica 15 días o más, por eventualidades a cubrir.
Fue hasta 2015 que, por cuestiones de embarazo, volví a dejar la talla 3 un rato. Era otra etapa diferente, mi anatomía ya se había acostumbrado a cargar determinado peso y yo a estar finalmente, en la misma talla a la que ya me había acostumbrado, después de tantos años. Y viene el vertiginoso aumento de peso, masa y volumen que conlleva acarrear un bebé en el vientre, la cuestión de genética, el propio cuerpo, la elasticidad de la piel, las hormonas revueltas. Conseguir unos pantalones para el trabajo fue una tarea complicada. Sólo compré unos, y eran exclusivamente para ese fin. En casa, afortunadamente la mayoría de mis vestidos me acompañó hasta el final.
Tuve que conseguir unos pantalones de emergencia unos días antes de que concluyera mi incapacidad de maternidad, ya que no podía ir tan campante en vestido a trabajar; dejé los pantalones talla 9 en cerca de dos meses. Mi hermana me heredó sus pantalones talla 7 que boté en menos de un mes, y seguía descendiendo paulatinamente, hasta estancarse unos 6 meses en talla 5. Tardé dos años completos (sin forzar a mi hermoso e inteligente cuerpo), para volver a entrar en mis ya añejos pantalones talla 3... y en seis meses, nuevamente, me divorcié de ellos, debido a que volví de manera más regular al roller derby.
Aproximadamente, cada 8 meses estoy dejando algún pantalón abandonado y sin amor, porque mi anatomía está cambiando debido al esfuerzo que supone hacer suertes en patines y la exigencia que esto me implica.
Justo esta mañana, me subieron unos jeans talla 27 (sin stretch) pero no me cerraron en absoluto. Estuve a punto de romper en llanto, pero se me hacía tarde y mejor, me los safé como pude, y luego veo a quién se los heredaré. Según Pako "es el precio a pagar por patinar".
Estoy entrando en el conflicto nuevamente de ver a mi nueva versión de mi, en el espejo, a diario, dejando pantalones casi nuevos. Tratando de adaptarme nuevamente al cambio... a mi nuevo yo.
(Casi lloro y me traumo porque otra vez tengo que estar readaptándome al cambio pero en un periodo más brusco de tiempo, y me resulta un tanto complicado, encontrar un balance entre jeans que me queden, me gusten y no encariñarme tanto).