Después de abandonar el desierto por voluntad, aterricé en una trampa húmeda, copiosa y y desconocida, que no me incita a desnudarme bajo su llanto debido al frío... el color verde me juega una secuencia de disparates extraños agradables; de vez en cuando más claro, de vez en cuando más turbio.
El azul enmarca mis días, 6 veces a la semana, 7 horas por día. Pienso en el abrasadero del suelo que me vió nacer, creer y crecer... y lo extraño cuando la humedad se hace presente en mi piel.
(Pienso)...
Recuerdo las noches desérticas y heladas con mis mejillas entumidas de la risa y el alcohol, de la compañía y de ese dulce olor imperceptible en el aire lleno de metales pesados inundando mi cuerpo. La ropa siempre era un mal pretexto para negarse al calor del aire. Su ausencia era el pretexto perfecto para soñar, tocar, volar.
La saliva se evapora al mismo tiempo que el amor. ¿Existe en verdad o es acaso lo que quiero creer yo?
Entre la piel despellejada al rojo vivo, el viento húmedo y voraz, las ráfagas emocionales y el exceso de velocidad, sonrío al ver el rostro siempre diferente de todas mis palmeras que seguirán de pie en medio del desierto mientras yo... me resisto al agua.
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