La mañana estuvo bastante fría, mi cita del día era para desayunar con Dayna. Primero, la tuve que acompañar a presidencia a pagar una multa que le pusieron en días previos por meterse en sentido contrario en una calle que acababan de cambiar a un solo sentido (la costumbre, me dijo).
Nos paramos en un cafecito muy mono sobre la Colón, pedimos nuestros respectivos desayunos (mis chilaquiles con mole y pollito estaban de lujo) y como siempre hemos sido tragonas, de postrecito unos waffles con fruta que compartimos.
Nuestro chismorreo básicamente trató sobre el reciente asunto de morir: si lo hemos hablado con nuestras respectivas familias, que queremos o no, cuanto cuesta, gente a la que perdimos respectivamente el año anterior, las reacciones de la gente ante la propia muerte de algún familiar de primera línea o alguien muy estimado. La disfuncionalidad que pudimos apreciar en casos de terceros y traerla al tema de conversación fue muy incómodo de presenciar, sin embargo, conforme pasan los años, es más sencillo ahorrarnos una opinión que nadie solicitó en un momento así.
Hablamos sobre la vida, los planes que medio empezamos a armar con motivo de nuestro 40 aniversario en este mundo, y como se van a ver ligeramente truncados ya que habíamos hablado alguna semanas antes de hacer un viaje para nuestros cumpleaños y vernos. Ninguna pensó que nos veríamos hace un mes dados los eventos acaecidos...
Si bien no hemos coincidido tanto en nuestra etapa de hacer desayunos de señoras los fines de semana, fue un verdadero placer saber que nuestra amistad es a prueba de tiempo, de ausencias, de todo.